Josep Llimona i Bruguera (Barcelona, 1864-1934) es uno de los artistas más destacados que protagonizaron el fin del siglo XIX y las primeras décadas del XX del arte catalán. Después de sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes, ganó una beca para ir a Roma, viaje en que lo acompañó su hermano Joan, quien acabaría siendo un destacado pintor. A su vuelta encontraron una Barcelona que crecía en el entorno de un importante acontecimiento: la Exposición Universal de 1888.

Poco a poco el joven escultor encontraría su lenguaje, aquel que lo identifica y que hace que reconozcamos claramente sus piezas: figuras femeninas muy delicadas, a menudo con unas miradas bajas y melancólicas y unos cabellos que, sean recogidos o sueltos, se muestran vaporosos y deshechos, suaves y evanescentes como las sinuosidades de los cuerpos que representa. Sus héroes -trabajadores incansables-, las representaciones religiosas, las obras homenaje y estas citadas mujeres se hallan repartidas por muchas ciudades, pero especialmente en Barcelona. Plazas, calles, cementerios e iglesias se encuentran engalanadas con sus esculturas, que también pueden contemplarse en museos y colecciones privadas.